Descripción del libro
Entre los evangélicos, el debate sobre el papel de la mujer normalmente se centra en si deben ser nombradas o no para el ministerio. En la mayoría de iglesias, la ordenación para el ministerio se entiende como la elección de algunas personas que van a ocupar posiciones de autoridad dentro de la congregación. Esto las cualifica para predicar, administrar los sacramentos y supervisar los asuntos de la congregación. Debido a la importancia de la predicación en las iglesias protestantes, el tema de la ordenación está muy relacionado con esta función.
Desde la época de la Reforma (1517-1648), la mayoría de protestantes evangélicos ha sido reacio a permitir que las mujeres fueran nombradas como ministras o pastoras. A pesar de que el Nuevo Testamento no presenta un patrón claro acerca de la estructuración de las comunidades cristianas, un patrón que pueda ser aplicado en todo momento y lugar, estos hermanos creen que su aproximación a este tema en cuestión es bíblica.
Quizás si Lutero no hubiese sido un revolucionario tan reticente, hubiera dado a las mujeres un papel más importante en el ministerio de la Iglesia, pero no lo hizo. Siguiendo sus pasos, los protestantes luteranos y reformados (calvinistas) no permitieron que las mujeres sirvieran como ministras. No obstante, tanto Lutero como Juan Calvino expresaron algunas ideas sobre la mujer y el ministerio cristiano que podrían haber influido para que los grupos protestantes sí permitieran la participación de las mujeres en posiciones de liderazgo.
A pesar de las posibilidades en el ministerio que las ideas más igualitarias de los reformadores protestantes brindaron a las mujeres, por lo general se les siguió negando la oportunidad de enseñar en público o de asumir posiciones de liderazgo en la Iglesia.
Otro grupo de reformadores, en ocasiones llamados anabautistas, reformadores radicales o la tercera fuerza de la Reforma, tenían opiniones distintas a Lutero y Calvino. El gran hincapié que estos grupos hacían en el papel profético de los clérigos hizo que comenzara a cambiar la comprensión del ministerio, alejándose del institucionalismo y optando por usar el sacerdocio como modelo.
Dos de estos grupos radicales dieron una oportunidad especial a las mujeres dentro del ministerio: los bautistas del siglo XVII y los cuáqueros. Había mujeres predicando entre los bautistas en Holanda, en Inglaterra y en Massachusetts. Una congregación de Londres tenía cultos especiales en los que las mujeres podían predicar, y estos cultos llegaron a congregar en ocasiones a más de 1000 personas.
En los movimientos pietistas las mujeres tuvieron un papel importante en este porque como precursoras del avivamiento, enfatizaban la necesidad de una experiencia personal con Dios. Se suponía que todas las personas, incluyendo a las mujeres que nacían de nuevo mediante la fe en Cristo, debían dar testimonio a los demás. También muchos de los líderes del avivamiento estaban abiertos a la experimentación siempre que ésta llevara más gente a Cristo, y eso podía significar que las mujeres, al igual que los hombres, predicaran. Muchos creyeron que el avivamiento era la señal del final de una época, y un momento así de extraordinario demandaba que ciertas excepciones, incluyendo las mujeres predicadoras, fueran aceptadas.
Los americanos del siglo XIX dejaron atrás la idea de que la mujer era más propensa al pecado. En lugar de verla como una criatura débil y lujuriosa, fue idealizada como ejemplo de virtud y piedad, mientras que al hombre se le clasificaba como un bruto sensual e inmoral. Se creía que las mujeres no solamente eran moralmente mejores que los hombres, sino que también eran espiritualmente superiores. Este nuevo énfasis en el papel de la mujer tuvo otros efectos que las animaron a asumir posiciones de liderazgo. Durante el periodo entre 1820 y 1840, muchas mujeres se unieron a sociedades reformadoras fundadas con el propósito de crear una Norteamérica cristiana a través del cambio social. Estos grupos se preocupaban por la paz, la abstinencia alcohólica, y las reformas carcelarias. La lucha en contra de la esclavitud les hizo reflexionar sobre su propio papel en la sociedad. Si Gálatas 3:28 significaba que los esclavos eran iguales a sus amos, entonces las mujeres también debían ser incluidas en el concepto bíblico de igualdad.
En el siglo XX, el crecimiento del movimiento pentecostal revirtió en el crecimiento del papel de la mujer en el ministerio. No obstante, el mismo proceso que causó el declive del liderazgo femenino en grupos del siglo XIX se repitió más tarde en los grupos carismáticos. Sin embargo, para entonces, las principales iglesias - como los Metodistas, Luteranos, Episcopalianos y Presbiterianos - estaban comenzando a ordenar a mujeres como ministras.
Este libro presenta las distintas posturas actuales dentro del movimiento evangélico sobre el ministerio de la mujer en la Iglesia:
Robert Culver aporta la perspectiva tradicional de que las mujeres no deben implicarse en el ministerio cristiano.
Susan Foh presenta la postura de que la mujer puede trabajar en algún ministerio siempre que esté bajo la dirección de un pastor.
Walter Liefeld apoya la posición de que todos los creyentes son ministros y que un excesivo énfasis en la ordenación oficial ha hecho que el papel de la mujer en la Iglesia se discuta más allá de lo necesario.
En el último ensayo, Alvera Mickelsen ofrece la postura igualitaria que apoya completamente el ministerio de las mujeres. Explica que las mujeres pueden realizar cualquier tipo de servicio para el que Dios las haya capacitado y al que Dios las haya llamado.
Al final de cada ensayo, los otros tres autores responden desde sus puntos de vista. Bonnidell Clouse nos ofrece unas consideraciones finales, seguidas de una bibliografía sobre el tema de la mujer y el ministerio